Algún terapeuta dijo en alguna ocasión: “Las mismas fuerzas que nos hacen sentir torpes, nos convierten en seres habilidosos y agradables”.
Al recordar esta frase, sin embargo, la verdad es que me siento un tanto torpe, pues es la hora en que no he logrado encontrar qué autor dijo esta frase pero, en cualquier caso, es una frase que suelo recordar pues me confronta, de manera contundente, con todo lo que solemos invertir para mantener un problema… o varios. ¡Porque la cuestión es que invertimos!, invertimos bastante tiempo, invertimos energía e, incluso, ¡invertimos nuestro dinero para mantener los patrones de conducta que complican nuestra vida!, y lo que este autor –por el momento anónimo– nos recuerda es que todo este tiempo, toda esta energía o todos estos recursos, bien podríamos invertirlos en trabajar por una solución. Una sencilla verdad que cuesta bastante reconocer, pero que una vez vista, nos lleva a pensar en todo lo que podrá ser diferente si invertimos más en las soluciones y menos en mantener nuestros problemas.
Pensémoslo por un momento y veremos que mantener un problema es muy mal negocio. Y a propósito, tengo un ejemplo muy concreto que se relaciona, por cierto, con la salud y la nutrición.
Sabemos que en México, al igual que en varios países del mundo, nos enfrentamos a los graves problemas de la malnutrición y la desnutrición. Pero estos son problemas que, paradójicamente, se relacionan con otro problema igual de grave, que es el problema del sobrepeso y la obesidad.
¡Y claro que la primera vez que escuché de esta correlación –unos veinte años atrás– me pareció un completo absurdo!, porque lo común era creer que alguien con sobrepeso estaba, no sólo bien alimentado, sino «¡más que bien alimentado!» Pero resulta que no y, socialmente, cada vez somos más dados a reconocer que el sobrepeso (y no sólo la falta de alimento) puede relacionarse con la malnutrición de manera directa.
La razón es muy sencilla, y es que los patrones de consumo de países como el nuestro se caracterizan por un alto consumo de alimentos procesados y bebidas azucaradas (o refrescos) densos en energía que, sin embargo, son bajos en fibra, vitaminas y minerales, lo cual contribuye a una mala nutrición y, desde luego, a incrementar la ahora llamada, «epidemia del sobrepeso y la obesidad». Además, hoy ya todos sabemos que el problema no se detiene aquí, pues estos patrones de consumo provocan que más de un millón de niños en nuestro país presenten retardo en el crecimiento, mientras que el sobrepeso y la obesidad conllevan, en general, a la aparición más frecuente de enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión (Shamah, T., Amaya, M., y Cuevas, L., 2015, p. 2).
¡Caray! ¡Cuánto gasto de energía y qué despilfarro de recursos!, ¿no es verdad? Porque el hecho es que en países como el nuestro las personas invierten bastante en su alimentación, pero es una alimentación de mala calidad que, a corto y mediano plazo, produce graves problemas a la salud.
Volvemos, por tanto, a la cuestión de que invertir en un problema es, definitivamente, un muy, muy mal negocio. ¡Es invertir nuestros esfuerzos y nuestros recursos en aquello que nos perjudica! Afortunadamente, la buena noticia es que está en nosotros el dar un giro a esta situación, pues el hecho muy concreto es que podemos invertir estos mismos esfuerzos y estos mismos recursos en hacer algo diferente que, en el caso de nuestra salud, tendría que ver con invertir en alimentos de calidad que, además, suelen ser bastante más económicos que los alimentos procesados.
En este sentido, invertir en una alimentación correcta significa incluir en nuestras comidas todos los grupos de alimentos (frutas y verduras, cereales y tubérculos, leguminosas y alimentos de origen animal), así como dar preferencia a los alimentos naturales (MEXICANA, N.O. 2005). Además, es muy importante considerar el rescate de una alimentación más tradicional, pues en épocas recientes la UNESCO ha nombrado a la comida tradicional mexicana como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en tanto “… rescata alimentos sanos y nutritivos como el frijol, el maíz, los quelites y el amaranto, entre otros, los cuales contribuyen a una alimentación correcta. Ésta es una vertiente que –como lo sostienen Shamah, T., Amaya, M., y Cuevas, L.–recomendamos en las acciones de la orientación alimentaria y nutricional para garantizar una alimentación sana y nutritiva” (2015, p. 11).
En otras palabras, lo que actualmente se recomienda es «volver a nuestros orígenes» y, con ello, al respeto por nuestro cuerpo, al respeto por los alimentos y al respeto por el medio que los produce, pues no está de más recordar que la producción actual de alimentos –en su mayoría industrializados–, genera un grave daño al entorno. Otra mala inversión que ha suscitado grandes esfuerzos por crear, a contracorriente, una cultura de la producción sustentable y respetuosa del medio ambiente.
La clave está, por tanto, en invertir de una mejor manera nuestra energía y nuestros recursos, sea para cuidar de nuestra salud, para cuidar de nuestro ambiente o, en general, para enfrentar nuestros problemas cotidianos. Pues, efectivamente, los mismos recursos que invertimos en aquello que nos hace mal o nos hace sentir mal, bien podemos invertirlos en encontrar la forma de sentirnos mejor en cualquier aspecto de nuestra vida.
Referencias:
MEXICANA, N. O. Servicios básicos de salud. Promoción y Educación para la salud en materia alimentaria. Criterios para brindar Orientación, NOM-043-SSA1-2005, México: 2005.
Shamah, T., Amaya, M., y Cuevas, L. (2015). “Desnutrición y obesidad: doble carga en México”. En Revista digital universitaria. 16 | Núm. 5 | http://www.revista.unam.mx/vol.16/num5/art34/
Este artículo fue escrito por Víctor Castillo, en colaboración con Lucero Torres y está registrado bajo licencia de Creative Commons 4.0. Derechos reservados.