Recuerdo que hace algún tiempo leí el comentario de un terapeuta Centrado en Soluciones que decía que, algunas familias, parecen tener la idea que los consultorios psicológicos funcionan con la misma filosofía que los talleres de reparación de coches, pues pretenden dejar en terapia a la persona que se encuentra «averiada», para luego pasar a recogerla cuando el terapeuta la haya «reparado» (Rodríguez Morejón y Mark Beyebach, 1997) . Si bien este comentario puede aplicarse, en realidad, a casi cualquier necesidad vinculada a nuestra salud.
El problema radica en la fuerza con que ha logrado subsistir una idea mecanicista del ser humano, que nos lleva a pensar que, cuando algo anda mal con nosotros o con nuestra forma de afrontar el mundo, bastará con encontrar la «pieza» que se haya averiado para que, una vez reemplazada, todo siga funcionando. De ahí que se busquen con tanto afán las recetas-milagro o los tratamientos rápidos que no nos requieran ningún tipo de esfuerzo o compromiso, pues todo lo que buscamos es una «reparación» eficaz que nos permita volver, cuanto antes, a nuestro modo de vida. Pero es que no nos damos cuenta de que lo que necesita cambiar es, precisamente, la forma en que vivimos, esto es, la forma en que nos alimentamos, la actividad física que realizamos -o no realizamos-, la cantidad de bebidas alcohólicas que ingerimos, la forma en que manejamos el estrés cotidiano, etc., etc, etc.
La diferencia entre un sistema vivo y un máquina debiera saltar a la vista, pero pareciera que, cada vez, nos cuesta más trabajo reconocer esta diferencia sustancial. El hecho, sin embargo, es que no somos autos, ni nuestro cuerpo es una simple maquinaria –aún cuando las maquinas tiendan a humanizarse y los humanos tendamos a la maquinización– y subrayar esta diferencia resulta imprescindible para entender la importancia de un «compromiso para el cambio».
Después de todo, la «salud» y el «bienestar» van más allá de lo que en una maquinaria sería el «funcionamiento óptimo» y ambas requieren de la participación activa del propio organismo o, en otras palabras, la salud y el bienestar requieren de nosotros un acto de voluntad. De ahí que el mayor reto para todos los profesionales de la salud, sea fomentar la motivación en los pacientes, pues en un tiempo en donde ya todo lo queremos digerido y sin que nos implique ninguna clase de esfuerzo, sigue siendo la constancia en un tratamiento y la formación de hábitos saludables, lo único que puede marcar una diferencia significativa y a largo plazo en nuestra salud.
¡Claro! Es un hecho que cuando uno inicia un tratamiento o, simplemente, cuando uno inicia una actividad nueva, la perspectiva de tooodo el camino que habrá que recorrer puede resultar abrumadora. Pero es aquí –y esto también hay que subrayarlo– en donde juega a nuestro favor el hecho de que no seamos sólo maquinarias, sino organismo vivos que, como tales, pueden autorregenerarse e reiniciar, por sí mismos, un proceso de restablecimiento.
En este sentido, conviene recordar las investigaciones de autores ya clásicos, como Gregory Beatson, quien señalaba que una de las características fundamentales de un organismo vivo es que, un pequeño cambio en su sistema, puede ser el principio de un cambio mayor en toda su estructura. Dentro del campo de la psicoterapia, Spiegel y Linn ya hablaban del «efecto de irradiación», partiendo de la idea de que para la solución de un problema se necesitan cambios mínimos, pues una vez que el cambio se ha iniciado, la persona —entendida como un sistema circular en donde todos los componentes se encuentran interrelacionados— generará cambios adicionales.
Siendo organismos vivos, la realidad es que, a veces, sólo nos basta dar un paso y comenzar con algo muy sencillo, ¡hacer algo diferente!, como salir a caminar por las tardes, volver a hablar con un amigo o, incluso, introducir pequeños cambios en nuestra alimentación, pues si estos cambios son constantes, serán el principio de un hábito que, a la larga, impactará en nuestra forma de vida, en nuestra salud (física y emocional) y en lo que somos. «El primer paso es lo que contaba» -decía Jules Romain-, pues: «Una vez que has iniciado algo, ello ejerce una autoridad tremenda sobre ti».
Referencias:
- Rodriguez, A., y Beyebach, M. (1997). ¿Familias poco colaboradoras o terapeutas poco motivadores? Técnicas de entrevista familiar en patología del lenguaje, en Logopedia, Fon, Audiol, XVII, págs. 21-37.
- Romain, J. (1973). Verdun. Mayflower Books: Inglaterra.
- Spiegel, H. y Linn, L. (1969): "The 'ripple effect' following adjunct hypnosis in analytic psychotherapy", en American Journal of Psychiatry, 126, págs. 53-58.
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Este artículo es difusión y no tiene fines de lucro. Fue escrito por Víctor Castillo Morquecho y registrado bajo licencia de Creative Commons. Derechos Reservados .