Pero, ¿POR QUÉ?,  ¿POR QUÉ?,  ¿POR QUÉ?

       Por Víctor Castillo Morquecho


Uno de los motivos que generalmente mueven a las personas a asistir a terapia es la intención de buscar la causa de sus problemas, y la gran pregunta en este sentido es «¿POR QUÉ?»: ¿por que siempre me enojo?, ¿por qué siento tantos celos?, ¿por qué siempre tengo problemas?, ¿por qué estoy tan triste?, ¿por qué tuve que equivocarme?, etc.


Y hay que reconocer que este motivo no es infundado, pues lo más normal del mundo es partir de la idea de que, al encontrar la causa de un problema, luego podrá darse con la solución. Además, también hay que reconocer que la propia Psicología tradicionalmente ha asumido la función de encontrar los porqués de cada síntoma y, entonces, es natural que cuando las personas van a terapia estén buscando que un experto les ayude a resolver la gran, gran, gran incógnita del «por qué».


La realidad, sin embargo, es que la complejidad de toda historia de vida puede provocar que fácilmente nos perdamos en un laberinto sin fin, pues detrás un porqué encontraremos siempre otro porqué, y luego otro porqué, y luego otro porqué. Tal como le sucede a los niños que, a cierta edad, no dejan de preguntar el porqué de cada fenómeno o de cada cosa que llama su atención.


Mirando el contexto y no sólo las causas

Con el fin de romper esta obsesión por los «porqués» y de no perdernos en un laberinto sin fin, lo primero que convendría tener en claro es que, por lo general, no existe una causa única de un problema, sino que existen circunstancias y dinámicas en la relación que establecemos con las personas que favorecen, o no, la aparición de un problema. En otras palabras, ¡no siempre hay que buscar al gran culpable del «porqué»!, sino entender un problema en todo su contexto. 


Pensar en quiénes son los involucrados, pensar en los lugares en que ocurre un problema, analizar el lenguaje que se utiliza o los propósitos que se persiguen a través de una discusión, una escena de celos o un simple berrinche, son elementos que debemos considerar. Pues analizar los detalles, el ambiente y las dinámicas de conducta que están involucradas en una situación, es el primer paso para pensar en la forma en que un pequeño cambio en el contexto puede ir marcando una diferencia y una solución.

Entonces, si un padre y su hijo siempre discuten en la cocina, quizá la dinámica cambie si intentan discutir en el jardín y cambiar el horario en que discuten, o si permiten que en la discusión participe un tercero y que este tercero de su opinión, o si se proponen no alzar la voz y hablar por turnos, dejando que cada parte exprese su punto de vista. Pequeños cambios en el ambiente o en las circunstancias que bien pueden llevar a que la dinámica que mantienen una situación se rompa, abriendo nuevas posibilidades de enfrentar el problema.


Nuestra irrefrenable tendencia al CAMBIO

Ahora bien, luego de entender un problema en su contexto, un segundo paso –no menos importante– que nos ayudará a ir rompiendo con la obsesión de los «porqués», radica en reconocernos como organismos vivos y, por tanto, como seres que tienden al cambio y al desarrollo. En este sentido, fue Ludwig von Bertalanffy quien acuñó la «Teoría General de los Sistemas», partiendo de la necesidad de entender a los grupos sociales y a las personas como organismos vivos y, por tanto, como sistemas abiertos a la interacción continua con su entorno. 


Además, fue von Bertalanffy quien sostuvo que, a diferencia de las maquinas (que habría que entender como sistemas cerrados), los organismos vivos mantienen un esfuerzo activo por desarrollarse y florecer, al tiempo que muestran  lo que él llamó, «equifinalidad», que es la habilidad de todo organismo vivo para alcanzar un propósito o una meta a través de diversos caminos. El ser humano, por tanto, ¡no es una maquina sujeta a causas estáticas!, sino un organismo vivo que, como tal, sufre cambios, se adapta y se transforma conforme cumple con su ciclo vital y conforme va mostrando esa su gran habilidad de superar múltiples circunstancias.

 

Y bien vale la pena darse un momento para pensar en esto, pues lo cierto es que la continua búsqueda de los «porqués», tiende anclarnos en el pasado y en la idea de vivir a la sombra de problemas no resueltos, lo cual tiene que ver con una visión estática y mecanicista del ser humano. En contraste, comenzar a entendernos como organismos vivos en un continuo proceso de transformación, nos lleva a mirar hacia el futuro y hacia los cambios que, de hecho, ya están ocurriendo en nuestra vida y en nuestras circunstancias. Cambios que, incluso en la situación más conflictiva, continuamente nos están mostrando ese esfuerzo activo por desarrollarse y florecer que motiva nuestras acciones.


¡Sí!, porque como ya se ha comentado en otros artículos (https://clubsaludynutricion.site123.me/articulos-anteriores/qué-es-lo-que-un-problema-busca-solucionar), incluso los problemas pueden entenderse como soluciones no acabadas, que nos hablan de nuestro continuo intento por dar respuesta a una necesidad. Y de ahí la importancia de entender las circunstancias en que aparece  un problema y la importancia de entender qué es lo que se busca resolver a través de un problema, sin dejar notar que nuestra tendencia como organismos vivos es hacia el cambio, la renovación y la vida.


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